ESCRITURAS DEL FIN
EL SIN/FIN DE UNA NUEVA MORAL FEMINISTA
ELINA WECHSLER

¿Qué puede decir el Psicoanálisis actual sobre la “moral” feminista epocal?
Que la discordancia estructural entre los sexos no puede transformarse en guerra contra los hombres ni discordia permanente. Que, aunque los mitos sobre el amor hayan caído – la media naranja, el emparejamiento heterosexual como norma, la monogamia – y vaya tomando cada vez más fuerza el nuevo mito – la igualdad sin fisuras entre los sexos, las virtudes del poliamor, el sexo desconectado del amor – estas nuevas figuras no atraviesan de igual modo a hombres y mujeres.
En Contribuciones a la psicología del amor, Freud da cuenta de la bifocalidad del deseo masculino donde la condición amorosa reposa en el clivaje inconsciente del objeto, en tanto el sujeto masculino no está enfrentado al Otro sexo como tal, sino a dos valores del objeto edípico: la mujer sobrestimada y la mujer rebajada, la madre y la prostituta. La tal prostituta freudiana queda en nuestro tiempo reemplazada, en general, por la o las amantes.
En el hombre, el deseo pasa habitualmente por el placer fálico, en las mujeres el deseo pasa habitualmente por el amor. El amor en femenino desea exclusividad, la libido masculina puede tener soportes femeninos múltiples. Sólo como muestra, la existencia de la prostitución, hoy, en muchas ocasiones, disfrazada en el mundo de las citas online.
Ese goce todo fálico suele llevar a los hombres a dirigirse, siempre que su situación vital lo permita, a múltiples mujeres, que van desde el obsesivo que suele dividirse entre la mujer-madre y la amante de turno al donjuanismo, donde se ven compelidos a ir de una a otra sin poder detenerse en ninguna. Sin negar que hay hombres, que, en palabras freudianas, pueden reunir en una misma mujer la corriente sensual y la corriente tierna.
Pero contrariamente a la mayoría de los hombres cuyo placer fálico les basta, las mujeres desean ser amadas. La demanda de amor femenina, el gusto por las cuestiones de amor, es un goce en sí mismo, y el miedo a perder ese amor equivale para Freud a la angustia de castración masculina, tal como lo puntualiza en Inhibición, síntoma y angustia.
La dimensión del amor implica de tal modo a las mujeres que lleva a Lacan a hablar de la forma erotomaníaca que toma la elección de objeto femenina. Apoyándose en la loca convicción erotómana de ser amada por un hombre célebre, y generalizando el cuadro, llega a plantear el estrago al que conduce a tantas mujeres un mal encuentro con el hombre. Será el encuentro con tal hombre – y no con cualquiera – que ese goce llevado al acto pueda desembocar en el odio al no ser correspondido.
Nada hace pensar que estas consideraciones estructurales se hayan modificado pese a los grandes cambios producidos por el feminismo. Siguen siendo las mujeres las que presentan como síntoma privilegiado el sufrimiento amoroso, motivo principal de consulta, aunque en la clínica actual con mujeres encontramos con cierta frecuencia la división que era característica masculina en la época de Freud: maridos que hacen de madres y amantes que causan el deseo. También mujeres que han pasado de posicionarse de “mujeres – objeto” a buscar “hombres – objeto” en plena identificación con ese rasgo viril de las generaciones anteriores.
La descolocación de las posición femenina y masculina es hoy patente.
A nivel simbólico, hombres y mujeres son sujetos del significante y por tanto sujetos del Inconsciente, lo que nos aleja de cualquier concepción de diferencia y más aún, inferioridad de las mujeres que, con justa razón, el feminismo ha subrayado desde sus inicios. Desde esta vertiente, por tanto: seguir luchando por la igualdad.
El peligro reside en convertir al feminismo en una nueva ideología, en una nueva moral sexual que desestime la asimetría entre los goces, presuponga que la no diferencia entre los sexos es posible y cuestione a las/los que se aparten de las nuevas reglas.
Mítica solución – Toda que se hace patente en nuestro siglo feminista: mujeres “empoderadas” y hombres desorientados; la pregunta lacaniana: “¿Qué es ser una mujer?” parece haber quedado sepultada bajo otra: “¿Qué es ser un hombre? – al que no se tilde de misógino o machirulo si su posición se distancia del hombre esperable del canon feminista actual.
Al tiempo que se denosta – muchas veces implícitamente – a las mujeres que eligen o ponen en primer lugar a la maternidad por encima de los logros económicos y profesionales.
En “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”, Freud analiza cómo las normas, valores y prohibiciones sexuales de la época victoriana afectaban la salud mental de hombres y mujeres interviniendo en las neurosis; en las mujeres, por la imposición de castidad y la falta de libertad sexual; en los hombres, por la doble moral.
La moral sexual feminista huele a ese puritanismo que Freud combatió y que ya dábamos por superado.
No es conveniente que la protección de las mujeres las confine a un estatuto de víctimas de demonios machistas, sin atender a la responsabilidad subjetiva de sus actos. Diferenciemos. La violación es un delito grave que debe criminalizarse y judicializarse. Pero el coqueteo torpe, siempre que no llegue al acoso, no es un crimen ni una agresión machista.
El feminismo ha logrado una conciencia social de la violencia sexual contra las mujeres en todos los ámbitos donde los hombres abusan de su poder. Jefes, profesores, e incluso analistas. Era urgente, necesaria, pero las redes sociales han facilitado campañas de denuncias que, sin tener los señalados la oportunidad de responder o defenderse, son ubicados como los delincuentes sexuales que ya tiene sus víctimas: hombres denostados por su torpeza en la seducción hacia aquellas mujeres que no corresponden a su deseo.
Se convoca a los hombres a hacerse perdonar situaciones equívocas o equivocadas que tuvieron en el pasado ayudando a crear un clima propio de los totalitarismos.
Este clima, lejos de ayudar a las mujeres, sirve a los intereses de los enemigos de la libertad sexual, de los extremismos religiosos, y, lo que es aún más grave, a la ultraderecha que, en nombre de una moral victoriana que tratan de reimponer, vuelven a sostener que las mujeres no tienen deseos sexuales sino que son víctimas de la pulsionalidad del macho. Desestiman así que el deseo es enigmático aún para ellas mismas y esta equivocidad las puede conducir a contradicciones en acto.
La apuesta por una normatividad del encuentro sexual enmascara su eterna complejidad ya que el mito de la complementariedad entre los sexos se ve trastocado por las diferencias universales entre hombres y mujeres.
Gracias al feminismo, las mujeres pueden ser hoy dirigentes, ganar lo mismo que los hombres y disfrutar, si es ese su fantasma sexual, con tener fantasías masoquistas universales – que Freud nos descubrió en su texto Pegan a un niño – sin ser por ello cómplices del patriarcado.
Se puede ser feminista y no reconocerse, sin embargo, en esta nueva moral que, más allá de la denuncia contra los abusos de poder, el maltrato y la violación, toma la forma del odio a los hombres y de una sexualidad formateada.
BIBLIOGRAFÍA
Freud, S: Aportaciones a la psicología del amor. Amorrortu.
———-: La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna. Amorrortu.
Lacan, J: Seminario III. Las psicosis. Paidós.
Wechsler, E: Arrebatos femeninos, obsesiones masculinas. Letra viva.
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#LacanEmancipa (6 de noviembre de 2024). ESCRITURAS DEL FIN. #Lacanemancipa Revista de la izquierda lacaniana. Recuperado 9 de febrero de 2025 de https://doi.org/10.58079/12mmy